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El diseño de barrios desde la neuroarquitectura... o neurourbanismo

Actualizado: 5 jul

Se dice que las ciudades nos afectan más de lo que creemos. Y aunque desde hace siglos se ha intentado construir urbes más limpias, más eficientes, más bellas, hoy sabemos que también deberían ser más humanas. Hablar de salud mental en el urbanismo no es una tendencia, es una urgencia. El diseño de los barrios —ese primer anillo de vida cotidiana— es quizás uno de los espacios más poderosos para transformar la manera en que sentimos, convivimos y habitamos.

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Y aunque el término neurourbanismo suena nuevo, muchos urbanistas y arquitectos ya habían comenzado a intuir su importancia. A finales del siglo XIX, Ebenezer Howard propuso las ciudades jardín, un modelo que unía lo mejor del campo y la ciudad. Howard imaginaba barrios rodeados de naturaleza, con viviendas, comercio, escuelas y parques en un radio caminable. No hablaba de ansiedad ni de neurociencia, pero ya entendía que la armonía del entorno es medicina preventiva.


Décadas después, Le Corbusier propuso la Ville Radieuse, una ciudad donde la luz, el espacio libre y la vegetación fueran derechos básicos. Su propuesta, aunque modernista y utópica, compartía algunos principios con el urbanismo higienista de Haussmann: la necesidad de sanear la ciudad, ordenar el crecimiento urbano y controlar los flujos. Ambas visiones buscaban mejorar la salud y funcionalidad del entorno urbano, pero a menudo lo hacían a costa de la complejidad social. Y es que una ciudad puede ser eficiente pero emocionalmente hostil. Lo que falta, entonces, no es forma ni función: es empatía.


La diferencia hoy es que podemos explicar científicamente lo que antes se intuía poéticamente. Sabemos que un barrio sin árboles aumenta los niveles de cortisol. Que vivir cerca de zonas verdes reduce la probabilidad de sufrir depresión en un 30%. Que caminar 15 minutos bajo luz natural mejora el estado de ánimo. Que las ciudades que promueven la caminabilidad, la diversidad funcional y los espacios compartidos también promueven el sentido de pertenencia y la regulación emocional.


Y si queremos diseñar barrios que cuiden nuestra salud mental, necesitamos ir más allá del diseño por intuición. Debemos estudiar cómo el sistema nervioso responde al entorno. Así como el arquitecto diseña para sostener el techo, también debe hacerlo para sostener la psique. Como decía Damasio: “El cuerpo siente, y desde ahí comienza el pensamiento”. Sin cuerpo sintiente no hay emoción, y sin emoción no hay ciudad habitable.

En mi experiencia, los barrios que mejor funcionan no son los más caros ni los más ordenados: son aquellos donde puedes mirar el cielo sin obstáculos, encontrar una banca a la sombra, cruzarte con un vecino, y tener a quién saludar. Donde el espacio público no es un decorado, sino un sistema de cuidado colectivo.


El urbanismo no debe diseñarse desde el poder, sino desde la empatía. Y el arquitecto no debe construir solo estructuras, sino entornos de salud, comunidad y memoria. Tal vez no podemos rediseñar todas las ciudades, pero sí podemos empezar, barrio por barrio, espacio por espacio, a construir ciudades que cuiden la mente.

 
 
 

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